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viernes, 17 de julio de 2015

Martha

Esa tarde el cielo se caía a cantaros, el ambiente estaba frío y húmedo, de vez en cuando el cielo se iluminaba con los rayos, en el pórtico de un edificio estaba Martha, se resguardaba del clima.




Titiritaba de frío, y cómo no, con esa diminuta indumentaria, pero no había de otra, tenía que trabajar; sus compañeras, no se veía, tal vez, se habían refugiado en alguna tienda o en el hotel de la esquina. Ella, no se podía darse esos lujos, tenía que sacar la cuota, de lo contrario Ricky, se iba a enojar, la sola idea, asustaba a Martha.

Con esos días, los clientes eran difíciles de hallar, además era todavía temprano, espera que más entrada la noche, su suerte cambiara. De su bolsa, saco un cigarro, no le quitaría el frío, pero al menos la distraería, se acurrucó en el fondo de un zaguán, solo esperaba que no la echaran de ahí.

El tiempo pasaba y la oscuridad se iba apoderando del escenario; entumecida, decidió salir de su refugio, una ráfaga de aire le cruzó el cuerpo, sintió entumecido el cuerpo. Ni sus compañeras ni clientes, se veían por ahí, solo vehículos que circulaban por la avenida y unas cuantas miradas curiosas asomadas por las empañadas ventanilla.

Mientras, caminaba por la acera, buscaba en su bolsa algo de dinero, deseaba tomar aunque fuera un café de máquina, de esos que venden en la tienda de la esquina. Encontró, como cuarenta pesos, eso era suficiente para un café, se dirigió a la tienda, fue directamente a la máquina expendedora, el encargado la miró con disgusto, no le dijo nada.

Tomó un vaso térmico mediano, con lo que tenía le alcanzaba para uno de ese tamaño, lo lleno del líquido oscuro y humeante, le adicionó azúcar y crema, lo cerró y se dirigió al mostrador. Ya en la calle, le dio un sorbo, sintió como el café se resbalaba por su garganta y un calor invadía su cuerpo. La lluvia, había parado y empezaban a transitar personas por la calle, pensó que se estaba componiendo la noche.

Se dirigía al pórtico, que la había guareció del mal tiempo, estaba a punto de llegar, cuando del edificio salían unas personas que la vieron con cara de pocos amigos. Para evita problemas, siguió caminando, mientras disfrutaba su café; de repente un carro se le emparejo, ella se detuvo, él sujeto preguntó, ¿estás trabajando? “Claro, cariño qué se te ofrece”

El hombre detuvo el vehículo, abriendo la portezuela. Ella suspiro, tiro su café y abordo el vehículo. Este se alejó entre la bruma de la noche húmeda y fría.  A la mañana siguiente, dos pequeños esperan a Martha, pero ella jamás volvió.


Lunaoscura

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