Aquella noche llegaste a casa muy cansado, había
sido uno de esos días en que no tuviste ni tiempo para respirar, lo único que
deseabas era tomar una ducha e ir a la cama. Entraste al cuarto de baño, mientras
te quitabas la ropa, te observaba sin que tú te dieras cuenta, te pusiste bajo
el chorro de agua tibia, me deleitaba viendo como el agua recorría por tu
cuerpo. Empezabas a relajarte, en ese momento sentiste mi presencia, volteaste en
dirección a la puerta, ahí estaba parada, cubierta solo por una blusa blanca y
el cabello recogido.
La emoción, se reflejó en tus ojos y una sonrisa
maliciosa adorno tu cara.
- ¡Mi
amor!...
- Puse mi dedo
sobre tu boca- ¡Shhhhhhhhh! ¿Acaso no adoras las sorpresas querido?
Tus ojos, destellaban esa picardía que tienes al
mirarme. Te sonreía, humedecía mis labios, con la punta de la lengua, para
mandarte de esos besos traviesos que nos gustan.
Te abrace fuertemente, mis labios se posaron en
los tuyos, para sellar tu boca. Mi cuerpo se pegó a tu pecho, el agua corría por
nuestros cuerpos, sentiste como mi cuerpo se estremecía al contacto con tu piel,
deseando fundirme en ella.
Deslice mis manos por tu espalda, tu boca estaba
desesperada por besarme… toda... por hundirte en mi intimidad y descubrir mis
ardientes deseos.
Tome la esponja, te enjabone con suavidad,
empezando por los hombros, pasando por tu torso y así continúe sin quitar mi
mirada de tus ojos... sabía que estaba haciendo lo que tú deseabas.
- ¡Me gusta! -Dijiste- no podías dejar de mirarme
y ver como el agua recorría mi rostro...
Tus dedos se enredaron en mi cabello, el deseo te
invadía... sincronizamos nuestros movimientos, a tal punto que éramos uno solo
en nuestra intimidad. El agua, caía por nuestras cabezas sin poder ahogar
nuestros deseos, tu boca busco la mía para unirnos en apasionados besos. Me
miraste con ese brillo complaciente, diciéndome al oído.
¡Mi vida, te amo!
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