El cielo era iluminado por los
relámpagos, el viento era gélido, lastimaba la piel a su roce y la tormenta
calaba hasta los huesos, todo digno de esas películas terror antiguas.
Ahí, en medio de la nada, estaba
yo y mi maldito auto viejo, que a buen momento se vino a descomponer; con los
nervios de punta y temblando, cual vil hoja, me dirigí a la casa que se hallaba
a las orillas de la carretera.
No se apreciaba ninguna luz
encendida, supuse que se debía a la hora de noche. En frente de la puerta, toque
con los nudillos húmedos, cada golpe era lacerante para mi piel y me producía
un dolor intenso, después de unos siete golpes repetidos, no tuve respuesta.
Como último intento, gire la perilla, esta cedió, con paso vacilante, me
introduje a la casa, todo estaba completamente en penumbras.
- ¡Hola!
- ¿Ay, alguien en casa?
Nada, solo se escuchaba el sonido
de la tormenta. Con pasos dudosos, avance al centro de la estancia.
El resplandor de un relámpago,
ilumino el lugar, estaba completamente vacío, solo unas cuantas cajas por ahí
arrumbadas. Obvio, el lugar estaba abandonado, por consecuencia nadie podría
prestarme el teléfono o brindarme ayuda con la llanta ponchada.
El frío, me escurría por el cuerpo,
esa realidad, me hizo resignarme a pasar la noche en ese lugar, por lo menos me
guarecería de la lluvia y del frío, esperando que la tormenta amainara.
De mi chaqueta, saque un
encendedor, deje de fumar, pero la costumbre. Lo encendí, busque algo para
hacer una fogata, encontré pequeñas ramas y uno que otro papel, los amontone
junto con unas cajas de madera que rompí en trozos, he hice mi fogata.
No había pasado mucho tiempo,
cuando empecé a escuchar el llanto de un bebe, sobresaltada me levante, aguce
el oído tratando de descubrir de donde venía el sonido. Venía de todas partes,
asustada trate de llegar a la salida, cuando de repente una sombra se desplegó
por toda la habitación. Di tremendo grito, a la vez que, sentía algo que trepaba
por mis pantalones. Congelada, no moví ni una pestaña, el corazón me palpitaba
con tal intensidad, que sentía sus latidos en los oídos, me costaba respirar,
mientras esa cosa, seguía ascendiendo, estaba apunto del colapso. Baje la vista,
para ver al espectro, unos ojos de fuego amarillo me miraban fijamente, cuando nuevamente
escuche.
¡Miau!
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