Esa tarde de viernes era como
cualquier otra, hasta el momento en que sonó el teléfono, era Jorge, su mejor
amigo, de esos que se puede perder por poco o mucho tiempo y cuando regresa, solo
basta con mirarse a los ojos para saber que no ha cambiado nada.
Ana llegó a su departamento y
minutos después llegó él. Alto, apiñonado, de ojos azules y con un cuerpo
espectacular.
¡Wow! Divino como siempre.
Traía un ramo de rosas, esas que
a ella le fascinaban, se sentaron en la sala, platicaron alegremente de sus
aventuras, de los amigos comunes, de todo.
Con esa confianza que da la
amistad de años, Ana decidió ir a su recámara a ponerse cómoda. Regreso a la
sala con unas fachas dignadas de fotografiar, con su camisón viejo y demasiado
corto, adornaba la indumentaria, con unas pantuflas de conejitos.
Desparpajadamente, se dejó caer
en un sillón, sé coloco uno de los cojines entre las piernas y siguió
conversando, ante la mirada de burlona de Jorge.
Él no paraba de reír y Ana lo
amenazaba, si continuaba burlándose, ya no volvería a platicar con él. Como
respuesta a su amenaza, Jorge le lanzó un cojín, ahí empezó una guerra de
cojines.
Jugaban como dos chiquitines, hasta
que en un ataque, Jorge se abalanzó sobre Ana para hacerle costillas, después
de unos minutos ambos se quedaron mirándose a los ojos, sin decir palabra,
mientras sus manos empezaron a acariciarse, en ese momento, había un ambiente
de sensualidad y mucho deseo.
Él se levantó, extendiendo la
mano, ayudó a Ana a incorporarse, Jorge la abrazó por la espalda, apretando su
cuerpo contra él. Era maravilloso sentirlo tan junto, en ese momento, no podía
pensar, solo podía sentir como vibraba su cuerpo de deseo.
Le dio media vuelta y la besó
apasionadamente, la recostó en el sofá, mientras se quitaba la camiseta,
dejando al descubierto sus brazos y pecho fuerte, Ana estaba extasiada, sentía
un fuego recorrer todo su cuerpo. Sabedor de su atractivo, se quitó el pantalón,
su cuerpo era una invitación que Ana no podía rechazar.
Se aproximó a ella, iniciando un
juego de caricias mutuas, él se mecía fuerte y ella quería cada vez más. Jorge
la complacía hasta hacerla llegar al clímax al tiempo que él la inundaba.
Minutos después, Jorge la abrazó dándole
un beso tierno en la frente, nuevamente, se sentaron en la sala, continuaron conversando
como los mejores amigos. No hubo promesas o reclamos.
Lunaoscura
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