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lunes, 20 de abril de 2015

El náhuatl

Varios compañeros de la escuela, decidimos ir a acampar a las afueras de la ciudad, en Jilotzingo, Estado de México. Uno de los compañeros, había encontrado este lugar en Internet. Ningunos de nosotros lo conocía, pero según la información, contaba con instalaciones, área para acampar y vigilancia, lo cual de alguna forma nos daba cierta seguridad. Además, se narraban algunas leyendas del lugar, eso lo hacía más atractivo.

Hablamos al lugar, nos preguntaron cuál sería la fecha en la que iríamos, no estábamos seguros. La persona que nos atendió, comento que sería interesante que fuéramos el veintiuno de marzo, ya que ese día, se llevaban a cabo una ceremonia por el solsticio de primavera. Por acuerdo unánime, hicimos la reservación para esa fecha.

El viernes veintiuno de marzo, salimos muy temprano, a fin de llegar con anticipación para estar presentes en la ceremonia que se realizaría a las doce del día.

Desde que tomamos el camión, una serie de cosas extrañas, comenzaron a suscitarse. El conductor se perdió, lo cual creo una atmósfera de ansiedad y enojo. Después de un largo recorrido, llegamos al lugar que era completamente un bosque, la ceremonia ya había acabado y el lugar estaba prácticamente desierto.

Nos bajamos rápidamente, todos comenzamos a bajar las cosas del campamento, entre el ir y venir, algunos compañeros se dieron cuenta de que pequeños símbolos hechos con ramas, se encontraban colgados entre los árboles, supusimos que era arreglos de la ceremonia y no le dimos importancia.

Un hombre nos recibió y nos hospedo en una cabaña que se encontraba en la parte alta del bosque. La cabaña tenía poca luz y olía a humedad, estaba rodeada de pequeñas ventanas, a través de las cuales difícilmente se podía ver.

Nos instalamos, el resto de la tarde nos dedicamos a preparar las cosas, unos fueron a recoger leña para la fogata, mientras otros preparaban alimentos y bebidas. Todo transcurría entre bromas y risas.

Cuando llegó la noche, nos sentamos alrededor de la fogata, estábamos de fiesta, después de un tiempo un sentimiento de miedo y vulnerabilidad, comenzó a invadir a todos. La oscuridad de la noche, sumado a extraños sonidos que se alcanzaban escuchar, fue el detonante para que las chicas se sintieran asustadas.

No falto, el gracioso que empezó con sus historias de terror, lo que tenso más el ambiente, ya para las tres de la mañana con frío, cansancio y sueño, todos decidimos que era tiempo de ir a dormir, pues al día siguiente que pretendíamos hacer una camita por el lugar.

Ya dentro de la cabaña, nos dirigimos a nuestras respectivas camas, pero nadie podía dormir. De momento, la puerta principal se abrió de golpe, lo que origino un grito colectivo. Con miedo y sin él, dos compañeros fueron a cerrarla, esto ocurrió dos veces en la noche, lo que impidió que pudiéramos conciliar el sueño.

La noche se había tornado densa, el viento soplaba fuerte, a tal grado que las ventanas vibraban. El momento culminante, fue cuando escuchamos un alarido agudo y lastimero que a todos nos erizo la piel. Nadie, hablaba, tratando de escuchar de donde provenía. Nada se escuchó después, era un silencio profundo, el viento cesó y la calma reinó.

En la mañana, nos dirigimos a la administración, ahí estaba el mismo sujeto que nos había recibido. Nos escucho en silencio, hasta que todos terminamos de hablar. Sereno, como si no le resultara extraña nuestra conducta, nos dijo que se trataba de un náhuatl.

¡Un náhuatl!, repetimos en coro, ¿qué es eso? Según, nos explico era un brujo negro que merodeaba por ahí, nos pidió que tuviéramos cuidado y no saliéramos después de pasadas las doce de la noche, al parecer las protecciones que había en los árboles no lo habían podido detener. Sin decir más, se alejó, nosotros no salíamos del asombro y el susto. Después de liberar, si nos íbamos o nos quedábamos, decidimos quedarnos, la aventura resultaba fascinante, además debería de haber una respuesta lógica y la averiguaríamos.

Durante el día, empezamos a detectar que cosas del interior de la cabaña se habían perdido, la comida desaparecía, cámaras fotográficas, además se escuchaban pisadas en la cabaña.

Por la tarde-noche, llegaron unas personas, a una de las cabañas que se encontraba más bajo de la colina. Conversaron con nosotros por un momento, nos aseguraron que el lugar era excitante por la historia que había detrás. En ese momento, nos dimos cuenta que no éramos los únicos que teníamos esa percepción sino que verdaderamente había algo detrás de este bosque, una historia que aún no sabíamos.

En la noche, habría un recorrido nocturno por el bosque, era parte de las actividades que ofrecían, así que para saber más del lugar decidimos participar. Éramos un grupo de unas veinte personas, caminábamos por los senderos alumbrándonos con nuestras linternas, mientras el guía contaba las leyendas que rodeaban al lugar, casi a unos cincuenta metros para llegar a la peña que da el nombre al lugar, las lámparas se apagaron, un viento helado empezó a correr, todos gritamos del susto. El guía, nos pidió no movernos de nuestro lugar, ya que podríamos perdernos en esa oscuridad.

Ahí, en medio de la espesa oscuridad, no se podía distinguir el sendero, solo se escuchaba el viento, los animales nocturnos habían guardado silencio, de momento, se escuchó un lamento que nos erizó la piel. Los gritos de pánico, no tardaron en escucharse, el guía encendió un pedazo de ocote y empezó a decir algo en su dialecto. Nos pidió que formáramos una línea, de su mochila saco una cuerda, nos fue rodeando de la cintura, a fin de que nadie se rezagara o pudiera perderse en el regreso.

En el trayecto de regreso, unas luces aparecían a los lados de la vereda, en principio, creía que eran luciérnagas, pero eran demasiado grandes, además se oían risas como de niños. Todos estábamos asustados, nos sentíamos vigilados y el guía continuaba son sus rezos.

Cuando, por fin llegamos a las cabañas, el guía fue dejando a cada uno en sus respectivas cabañas, pidiendo que no saliéramos, no importaba lo que escucháramos. Ya dentro de nuestra cabaña, sin decir nada, cada uno se fue a dormir, en realidad, nadie durmió esa noche, todos estábamos expectantes a lo que pudiera pasar.

Al día siguiente, nos marcharnos, caminamos hasta la carretera, en el recorrido se escuchaban como pisadas sobre la hojarasca y unas risas de niños, las cuales desaparecieron cuando llegamos a la carretera.


Lunaoscura

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