La tormenta te había tomado por
sorpresa. Huyendo de ella, llegaste totalmente empapado a mi casa. Sabías que
te ofrecería cobijo, como no hacerlo, nuestra amistad llevaba años.
Te ofrecí una toalla, no pude
evitar bajar la mirada, tu camisa mojada transparentaban tus pezones, erectos
por el efecto del frío.
Cuando levante la vista, tú me observabas. Me habías atrapado que, situación tan incómoda, tu sonrisa lo dijo todo.
Al percatarte de mi sonrojo, para
relajar la situación, comentaste.
-Tengo frío.
- Sécate, mientras tanto iré a preparar un café- te respondí, un poco aturdida.
Mientras, iba a la cocina a preparar el café, tú fuiste al cuarto de baño.
En mi mente, estaba fija tu
figura, la situación era embriagadora y excitante, pero debía sacar esos
pensamientos de mi cabeza, no podía echar por tierra una amistad de tantos años
por un momento de pasión.
Unos minutos después, apareciste
con una toalla alrededor de la cintura y secándote el cabello, diciendo.
-Preferiría una copa
La sorpresa, casi me hace derramar el café.
Ahí estabas, con tu dorso
desnudo. No podía simular mi turbación, tú lo percibiste, era una lucha interna
entre mi cabeza y mis hormonas.
Con el pretexto de la copa, me aleje para recuperar la sensatez. Te acerque la copa y fuimos a sentarnos en el sofá. Conversamos de las cosas que habían pasaron, desde la última vez que nos vimos.
Reíamos tontamente, quizás por
los efectos del vino que ya empezaba a hacer su efecto.
Tu mano, se apoyó inocentemente
en mi hombro, yo la mire. La retiraste distraidamente, aunque sin mucho éxito,
el rubor comienza a encender tus mejillas.
En ese momento, deje la copa
sobre la mesa, al darme vuelta vi tus ojos iluminados por un brillo extraño,
intente decir algo pero mis palabras se ahogaron.
Nos quedamos mirándonos
largamente esperando que alguno rompiera el silencio, pero sin éxito.
Nuestras miradas nos acercaron como un imán, me tomaste por el cuello atrayéndome hacia ti, nuestras bocas se unieron.
Mis brazos te envolvieron para no
dejarte ir, recorría tu espalda, mientras tú desabrochabas mi blusa para posar
tus manos sobre mi espalda.
Poco a poco te inclinaste, mientras te ibas desasiendo de la toalla, sin dejar de besarme, a fin de que no pronunciara ese temido "NO" que arrojaría por tierra, tan maravilloso momento.
Por un instante, te alejaste
concierta duda, pero escuchar mi respiración agitada, te alentó a reanudar el
acercamiento. Tus labios se dirigieron a
mi cuello, poco a poco descendiendo explorando, descubriendo cada pliegue de mi
cuerpo. Mientras tus manos se enredaban en mi cabello.
Comenzaste a inundarme lentamente,
mientras susurrabas “ya eres mía, lo serás por siempre”.
No dejaba de mirarte, de besarte,
mientras nuestros cuerpos se entrelazaban en una danza apasionante.
Con tus brazos me acercaste más ti, mientras tu cuerpo se convulsionaba, cerrados los ojos. Tu espalda se arquea, te dejas llevar a ese lugar de placer extremo.
Nos quedamos tendidos, exhaustos, felices y abrazados. Sin decir palabra, con nuestras propias vergüenzas pero sin arrepentimiento.
Nos quedamos dormidos, al despertar, ya no estabas.
Pasaron los días, ninguno de los dos nos buscamos. Nos volvimos a encontrar en una reunión, estabas ahí mirándome, en un acto reflejo gire la cabeza, brindándole una sonrisa a mi acompañante.
Lunaoscura
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