Photo: Charles H. |
Mi animal fue un gusto conocer la
cálida brutalidad de tu gemido, sentir tu boca en el océano polvoriento de mi
isla náufraga.
Mi Divino Endemoniado, eras una
tragedia imposible de evitar, enfermedad y remedio, muerte y resurrección, un
niño insano, un hombre bestia, que humilla y enaltece al ser amado.
Eras filosofía ardiente, yo la
eternidad fugaz de una noche.
Ambos con una falsa identidad humedeciéndonos hasta enloquecer en este anonimato.
Ambos con una falsa identidad humedeciéndonos hasta enloquecer en este anonimato.
Mi animal, olías a niebla, yo a
misterio. Ambos buscando un albergue carnal donde satisfacer el aroma febril de
nuestra lengua.
Y te amé con oficio de puta. Con
caricias maternas besé cada hemisferio de tu carne aún sabiendo que es inútil
la entrega, pero te amé bestial con carne de loba y besos de inocencia.
Mi leproso, la infección de tu
alma fue un brebaje divino para mi alma-útero, me entregué cuanto quise y como
quise a la furia de tus enjambres, mientras la bestia de tus caricias paseaba
por la jungla de mi cordillera.
Después de ti, Mi Venenoso, otro
tan amargo no he tenido. Habría sido un pecado no venerar el santuario de tu
cuerpo.
Silvia Rodríguez Bravo
Profeta de Bares, Ediciones
Mosquito, 2002.
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