Roberto estaba solo en su
despacho, su mente divagaba entre los acontecimientos de los últimos meses y
como su vida se había transformado.
Antes de conocer a Lorena, su
vida era estable y tranquila. No, no era cierto, era monótona y aburrada, ésa
era la verdad.
Huía del tedio, trabajando
incansablemente, cada vez salía más temprano de su casa y llegaba más tarde,
por otro lado, se mentía, diciéndose que era necesario, porque eso le permitía
ser un buen proveedor para su familia.
En cuanto a Cecilia, eran buenos
compañeros y amigos pero la chispa se había extinguido desde hace mucho tiempo,
la quería, pero ya no la amaba. No podía dejar de reconocer que era una buena
madre y esposa, siempre pendiente de sus obligaciones.
Sin embargo, sentía que su vida
se estaba desperdiciando. Detestaba, su profesión, las palabras sensatas de su
esposa, los burgueses de sus amigos, las
reuniones en el club, sus esposas hablando de dietas, de cirugías, de moda, las
alabanzas, todo lo ahogaba.
Pero ese día en que conoció a
Lorena, empezó una nueva historia. Llovía a cantaros, ella caminaba por la
acera, sin darse cuenta la había salpicado al pasar por un bache,
inmediatamente se estaciono, le ofreció una disculpa y se puso a sus órdenes
para llevarla a donde ella dijera, era lo mínimo que podía hacer, después del
accidente.
Ella con el semblante de enfado,
se negó en un principio. Él insistió, ella finalmente acepto. Se dirigieron
rumbo al sur, no muy lejos de donde se encontraba el despacho, con la lluvia el
tráfico estaba desquiciado, lo que suponía un trayecto corto se prolongo.
Durante el recorrido, hablaron de
todo, esa mujer tenía un encanto especial que llamaba la atención de Roberto. Finalmente,
llegaron al lugar que Lorena había indicado. Era un café, según le comentó ella
acostumbraba ir por las tardes.
Al momento de despedirse, ella lo
invito a que la acompañara, fuera de su costumbre, Roberto acepto, no obstante
que tenía clientes que lo esperaban.
Durante la conversación en el
café, Roberto noto un fulgor en la mirada de esa mujer que lo cautivo y que
decir de su sonrisa, era perfecta, todo en ella era perfecta.
Salieron juntos del café, al
momento de que Roberto le extendía la mano para despedirse, Lorena le pregunto.
-
¿Nos, vemos mañana? ¿Qué te parece?
-
¡Sí, a que hora! -Roberto estaba, desconcertado
por su respuesta.
Se quedaron de ver a las cinco de
la tarde del día siguiente en el café.
Ya en el despacho, Roberto no
podía explicarse su reacción, él no era hombre de aventuras furtivas pero no
podía borrar de su cabeza a esa mujer.
Al día siguiente, Roberto llegó quince
minutos antes de la hora y Lorena justo a tiempo, su plática era como de viejos
amigos. Ella era divertida, ingeniosa, le devolvía luz a su vida.
Así, pasaron a la tercera cita, a
la misma hora, en el mismo lugar, Roberto le comunico a su secretaría que a
partir de ese día no atendería a sus clientes en las tardes.
Sólo que en esa ocasión, Lorena
le pregunto.
-
¿No crees que deberíamos ir a un lugar donde
pudiéramos estar más cómodos?
Roberto, apresurado respondió.
-
¿A dónde? ¿Qué lugar propones?
Ella, con cierto candor,
respondió.
-
A un hotel
Esa simplicidad, lo sorprendió
pero le encanto.
Se enfilaron al primer hotel que
encontraron por el camino. Roberto se sentía como un jovenzuelo en su primera
vez, todo pasó como entre nebulosas. Lorena, fue la primera en irse, pero antes
le recordó su próxima cita.
Al día siguiente, nuevamente
llegó antes de la hora acordada y Lorena como siempre puntual, salieron
inmediatamente del café. Está se volvió su rutina diaria pero era diferente a
sus obligaciones, pues cada que se veía a Lorena, ella era más intensa, Roberto
se sentía inundando de una bienaventuranza. En aquellos momentos dejaba de ser
un hombre de mediana edad, burgués, padre de familia, se transformaba en otra
persona, una persona libre.
Sólo con ella podía alcanzar ese
estado de felicidad, cuando besaba su boca se excitaba aun cuando hubieran
hecho el amor minutos antes. Podía realizar todas sus fantasías, no había inhibiciones,
era una mujer que disfrutaba de su sexualidad y él disfrutaba de su cuerpo
firme, perfecto, cerrado como un cofre que con sus caricias lograba abrir y
disfrutar se su sensualidad, su feminidad.
No todo era sexo, solían oír
música, leerse poesía, además podía platicar sus inquietudes, ella guardaba
silencio, no se apresuraba a darle consejos, sólo cuando él le preguntaba su
opinión.
No obstante, lo idílico de la
situación, ella sabía todo de él pero Roberto, no sabía nada de ella. Una
ocasión, le pidió su número de teléfono, ella se negó, argumentando que no era
necesario, siempre estaría ahí esperándolo. No muy satisfecho, opto él por
darle su número telefónico.
Los días pasaban, estupendamente
pero Roberto estaba obstinado en saber más de esa mujer, así que un día la
siguió durante varios minutos, hasta que Lorena lo sorprendió al dar la vuelta
a una esquina.
Ella, molesta le pregunto- ¿Sí acaso,
la estaba siguiendo?
Roberto apenado, se disculpo pero
también de dijo que quería saber más de ella. Ella abordo un taxi, sin decir
nada. Él entro en pánico, qué significaba, no volvería a saber de ella, sé
maldijo por su estupidez pero no podía hacer nada.
Sin ánimos, se dirigió a su casa,
tal era su semblante que Cecilia se preocupo por la salud de su marido. Él, la
tranquilizó diciéndole que había sido un día difícil que se iría a dormir.
A la mañana siguiente salió más
temprano que dé costumbre, sentía desesperación, quería buscar a Lorena pero
dónde, pasados unos días sin saber de ella.
Finalmente, y al borde de la
locura, un día a las tres de la tarde, recibió la llamada de Lorena, para
recordarle de su cita, él estaba feliz, tenía que enmendar su error, antes de
acudir a la cita fue a una joyería para comprarle un obsequio y por supuesto a
la florería.
Llegó como de costumbre antes de
la cita, Lorena apareció, algo había diferente
en su rostro, no estaba la sonrisa habitual, al contrario su semblante estaba
serio. Al verla, Roberto sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, trato
de mantener la compostura y sonriente le ofreció los obsequios, ella sólo dijo
un lacónico ¡gracias!
Apenado, le ofreció una disculpa,
ella lo dejó hablar una vez que termino, de forma simple, sin rodeos, le dijo.
-
Lo que hay entre nosotros, es un pasatiempo. Además,
soy casada y amo a mi marido. Esto es sólo una diversión, como ir al cine,
perdón que te lo diga, pero ya me aburriste.
Roberto, estaba impactado, después
de unos segundos, trato de convencerla, llegó al extremo de proponerle
matrimonio, no la quería perder.
Lorena, impávida se levanto del
asiento, tomo su bolsa y su abrigo dirigiéndose a la puerta de salida, había
dado unos cuantos pasos, cuando se detuvo.
-
¡Hay algo más, no quiero volver a verte!
Roberto, estaba desecho, se quedo
ahí ante la mirada curiosa de los parroquianos.
Los meses siguientes, fueron un
martirio, entre la pérdida de Lorena, a la que no podía contactar, pues el
teléfono por el que le llamaba era privado, y la pérdida de clientes por sus
continuos incumplimientos. Adicionado, a las reclamaciones de Cecilia, quien
intuía que algo andaba mal.
La vida de Roberto era
insoportable, sin Lorena y la vida que ella le proporcionaba, nada tenía
sentido. Esa tarde, Roberto estaba más deprimido que de costumbre, la
desesperación lo hizo presa, en un arranque de locura tomó su revólver del
escritorio y puso fin a su suplicio.
Lunaoscura
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